miércoles, 24 de febrero de 2010

Un pececillo

Cerca de donde trabajo hay una tienda de esas que liberan móviles, locutorio y no sé cuantas cosas más. En el escaparate tienen una pecera, de esas redondas y minúsculas. Por mucho tiempo ha estado vacía, pero hará una semana y media o dos, como mucho, pusieron un pez naranja. Como os podéis imaginar me dió mucha pena. Qué necesidad hay de poner animales en esas condiciones? Hace dos días pasé por delante de la tienda a la hora de comer y el pez flotaba inmóvil, muerto. De vuelta a casa, por la tarde, la pecera volvía a estar vacía.

Se les ocurrirá reemplazarlo por otro, que como mucho sobrevivirá algunos días?
Cuánto vale un pez naranja? Nada, seguro que menos de lo que te cuesta un desayuno. Para ellos era sólo una decoración, como podría haber sido un jarrón o cualquier otra cosa.

Me ha dado mucha pena y mucha impotencia, impotencia de no poder entrar en sus cabezas y gritarles y marcarles a fuego que los animales no son cosas, que sus vidas no tienen precio porque son sus vidas.

Si ponen otro pez entraré a hablar con ellos. No creo que sirva de nada, pero no me voy a callar.


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A los pocos días habían puesto otro pez y entré a hablar con el propietario, que debía ser paquistaní. Le expliqué mis razones, a saber, que el pez no estaba en condiciones y que si no lo quitaban de allí me informaría si había alguna manera de denunciarlo. El hombre me explicó lo mucho que le gustaban los animales y me daba la razón en todo, pero el pez siguió allí como si nada.

Una compañera animalista y abogada me sugirió que dejase constancia en el libro de reclamaciones y que si me ponían pegas llamase a los mossos. Efectivamente, pusieron pegas y llamamos a los mossos (hablo en plural porque estaba con F. el día de los mossos). Al final los mossos me dijeron que si no era clienta no podía poner reclamación pero podía quejarme en la oficina del consumidor. Como pensé que en la oficina del consumidor también me pedirían que fuera clienta, decidí presentar una instancia en el Ayuntamiento, cosa que pensaba hacer junto con la reclamación, pero el dia que iba a llevar la instancia me llevé la grata sorpresa de que el pez ya no estaba. Ni el pez ni la pecera. Y ahora hará unos días que vuelve a estar la pecera, vacía. Seguramente esconderían la pecera para que no se viera desde la calle y una vez muerto el pez la han vuelto a colocar en su sitio de siempre. Se les ocurrirá poner otro pez?

Cuando hablamos, el propietario del negocio no paraba de decirme que los culpables eran los que vendían los peces en las Ramblas, que me fuera a quejar a ellos y no a él. Que no lo dude, este sábado hay una protesta organizada por la plataforma Rambles ètiques, que piden lo que dice la ley y que así, de una vez por todas, esas paradas desaparezcan. Pero que unos vendan no justifica que otros compren.

Seguiremos vigilando al señor del locutorio, amante de los peces, que sin embargo no debe llorarlos mucho porque sino tendría un duelo cada 15 días.

Nota del 23 de marzo

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